sábado, febrero 8

05

“… el recorrido con sabor a ritual apenas estaba comenzando, el pesar las maletas, el decir que eres tú y no un bastardo cualquiera; el proceso de comprobar que no llevas drogas encima (JA) y esa obsesión anal por pesar todo; porque arriba en el aire el peso es dinero (no de manera directa, pero el peso causa el gasto de combustibles, entonces así es el asunto) y no hay mas ley que la moneda. 
El saber que los extraños a veces son tan amigables como un conocido de años. 
Fuera del rodeo de la derrota y cansancio, las sillas duras y las filas largas; ahí estaba, al final de la sala de espera, como tranquila con un café. nada fuera de lo normal, pero yo no estaba ahí, nunca más volvería a estarlo. entonces no quise decir nada y sigo sin querer hacerlo. 
Todo el trayecto fue una especie de sueño que se mantenía al borde de la profundidad entre llantos de un niño con cólicos, que para sorpresa mía no estaba en mi oído.”

Al terminar de bajar los escalones recorrí con la vista la iglesia abandona que uno se topa de golpe, respire poquito el aire contaminado, me deje llevar por todo ese asqueroso ruido de trafico matutino, la gente gritando en los peseros, los tipos de la mueblería aledaña sacando los abanicos y sillas; no había algún lugar en especial al cual dirigirse, pues más bien, después de todo el ajetreo de los conciertos y resentimientos, estaba solo. decidí perderme, perderme como nunca y no tener que verte la pinche cara de nuevo. esa cara que tanto odio, esa cara que tanto quiero. entonces comencé a caminar y justo cuando cambiaba el ritmo de la música daba una vuelta, llegué a lugares que jamás pensé visitar, lugares de los cuales en breves momentos deseé no salir con nada, para culparte indirectamente, porque yolo; pero no, todos son bien prudentes. después de que me había cansado de buscar peligro, me dirigí al mirador, el último momento antes de la nada; había un señor muy amable narrando historias relacionadas con el edificio y cosillas por el estilo. la verdad es que la altura me daba un miedo increíble, pero no por la altura misma, se trata de esa sensación de querer caer, de sentir el viento e imaginar cómo será, porque de alguna manera, se trata de un dolor diferente; pero soy lo bastante no precavido como para hacerlo, además había un reja y todo el asunto tenia pinta de jaula. abajo los policías seguían corriendo por todos lados, como en maratón, que terminaba en las orillas de bellas artes. tanta mugrosa gente en una ciudad tan pinche llena y contaminada, y ahí estaba yo decidiendo quedarme, no largarme nunca. ese olor a enfermedades veneras, esa nausea vespertina que te hace desconfiar hasta de tu ropa interior. lo único prudente que me sucedió ese día fue la ineptitud del sistema de transporte, pues en un arranque de odio (raro en mi) se me hacia estúpido el no poder cubrir la cuota de un bus que se dirige a un aeropuerto ( de donde vienen y se van foráneos) con efectivo; el conductor me explico de manera express y con tono defeño que debía contar con una tarjeta, para cual había que estar registrado en un padrón para aplicar al descuento de estudiante o en su caso, acudir a un centro distribuidor para adquirir una de usuario general. en este punto todo era aún más estúpido pues aun y cuando después una persona me regalo una tarjeta, ninguna pinche tienda de autoservicio, realizaba recargas; no es que no tuvieran sistema o etc. más bien no era un procedimiento que se realizara ahí. fue el colmo; en mi pinche ciudad rancho, si uno pinches quiere, puede pagar como se le da la gana, pagar un ojo de la cara, pero pagar en efectivo o con la dichosa tarjeta. ese momento fue clave para saber que no quiero vivir en una ciudad, en la cual tienes que hacer un pinche procedimiento burocrático para poder ser acreedor a un subsidio basura que de manera indirecta estoy (estamos pagando).


Surprise motherfucker