“… el recorrido con sabor a ritual apenas estaba comenzando, el pesar las maletas, el decir que eres tú y no un bastardo cualquiera; el proceso de comprobar que no llevas drogas encima (JA) y esa obsesión anal por pesar todo; porque arriba en el aire el peso es dinero (no de manera directa, pero el peso causa el gasto de combustibles, entonces así es el asunto) y no hay mas ley que la moneda.
El saber que los extraños a veces son tan amigables como un conocido de años.
Fuera del rodeo de la derrota y cansancio, las sillas duras y las filas largas; ahí estaba, al final de la sala de espera, como tranquila con un café. nada fuera de lo normal, pero yo no estaba ahí, nunca más volvería a estarlo. entonces no quise decir nada y sigo sin querer hacerlo.
Todo el trayecto fue una especie de sueño que se mantenía al borde de la profundidad entre llantos de un niño con cólicos, que para sorpresa mía no estaba en mi oído.”
Al terminar de bajar los
escalones recorrí con la vista la iglesia abandona que uno se topa de golpe,
respire poquito el aire contaminado, me deje llevar por todo ese asqueroso
ruido de trafico matutino, la gente gritando en los peseros, los tipos de la mueblería
aledaña sacando los abanicos y sillas; no había algún lugar en especial al cual
dirigirse, pues más bien, después de todo el ajetreo de los conciertos y
resentimientos, estaba solo. decidí perderme, perderme como nunca y no tener que
verte la pinche cara de nuevo. esa cara que tanto odio, esa cara que tanto
quiero. entonces comencé a caminar y justo cuando cambiaba el ritmo de la música
daba una vuelta, llegué a lugares que jamás pensé visitar, lugares de los
cuales en breves momentos deseé no salir con nada, para culparte
indirectamente, porque yolo; pero no, todos son bien prudentes. después de que
me había cansado de buscar peligro, me dirigí al mirador, el último momento
antes de la nada; había un señor muy amable narrando historias relacionadas con
el edificio y cosillas por el estilo. la verdad es que la altura me daba un
miedo increíble, pero no por la altura misma, se trata de esa sensación de
querer caer, de sentir el viento e imaginar cómo será, porque de alguna manera,
se trata de un dolor diferente; pero soy lo bastante no precavido como para
hacerlo, además había un reja y todo el asunto tenia pinta de jaula. abajo los policías
seguían corriendo por todos lados, como en maratón, que terminaba en las
orillas de bellas artes. tanta mugrosa gente en una ciudad tan pinche llena y
contaminada, y ahí estaba yo decidiendo quedarme, no largarme nunca. ese olor a
enfermedades veneras, esa nausea vespertina que te hace desconfiar hasta de tu
ropa interior. lo único prudente que me sucedió ese día fue la ineptitud del
sistema de transporte, pues en un arranque de odio (raro en mi) se me hacia estúpido
el no poder cubrir la cuota de un bus que se dirige a un aeropuerto ( de donde
vienen y se van foráneos) con efectivo; el conductor me explico de manera
express y con tono defeño que debía contar con una tarjeta, para cual había que
estar registrado en un padrón para aplicar al descuento de estudiante o en su
caso, acudir a un centro distribuidor para adquirir una de usuario general. en
este punto todo era aún más estúpido pues aun y cuando después una persona me
regalo una tarjeta, ninguna pinche tienda de autoservicio, realizaba recargas;
no es que no tuvieran sistema o etc. más bien no era un procedimiento que se
realizara ahí. fue el colmo; en mi pinche ciudad rancho, si uno pinches quiere,
puede pagar como se le da la gana, pagar un ojo de la cara, pero pagar en
efectivo o con la dichosa tarjeta. ese momento fue clave para saber que no
quiero vivir en una ciudad, en la cual tienes que hacer un pinche procedimiento
burocrático para poder ser acreedor a un subsidio basura que de manera
indirecta estoy (estamos pagando).
Surprise motherfucker