Cuando uno tiene 7 años, aparte
de tener toda la vida por delante, tiene toda la imaginación al frente, eso es
un hecho que nos mantenía atentos a nuestro alrededor. éramos de los pocos
niños de sol, de los que salían a la calle, justo después de terminar la tarea;
de los que regresábamos con la cara roja, sudando y mal olientes. el camellón
central fue todo a lo largo de los años: Campo de batalla, una selva, una
barco, un campamento, espacio para lecturas, sede de varias discusiones clave
en cuanto a la distribución el territorio. el camellón, aparte de ser un
respiro entre el pavimento, era la división por excelencia entre nosotros y
“los de enfrente” aunque claro para ellos, nosotros éramos los de enfrente;
siempre había pláticas entre nuestros padres, que uno no terminaba de entender
del todo: “nuestras casas son residenciales, tienen más espacio, y claro la
plusvalía es importante” para mí en ese entonces, todo era la misma cosa y lo
sigue siendo, pues no entiendo como 100 metros pueden marcar un cambio que
apenas y es perceptible. al final de todo, las torres de electricidad y la
termoeléctrica que se asomaba amenazante al fondo de la colonia, seguiría
siendo el factor que indicaba que todos estamos jodidos, lejos de la sociedad,
simplemente en un rincón.
En esos tiempos, mi calle era una
calle tranquila, donde las tardes se llenaban de niños corriendo y jugando por
todos lados. Una de las pocas ventajas de tener una calle cerrada, la vida
tranquila y mucho espacio para correr como idiota. Ésta calle cerrada brindaba
una especie de tranquilidad-protección a los vecinos, pues apenas asomaba las
narices un extraño y ya todos estaban al pendiente. Recuerdo pocas ocasiones en
las que un vehículo extraño detuvo un partido de fútbol, incluso en las que
avanzara más de tres casa antes de notar que la calle no tenía salida.
La colonia estaba llena de
parejas jóvenes, que llegaban con maletas y sueños de un mejor futuro; todo
parecía tan prometedor, tan limpio y con tantas posibilidades. nunca tuve un
interés genuino por socializar en mi calle, pues para eso contaba con mis
compañeros de escuela, que supongo, siempre dictan parte importante de las
relaciones. mi madre se empeñó en informarse sobre cuál era la mejor opción en
las cercanías, después de todo el recorrido terminaron inscribiéndome en una
escuela que no quedaba tan cerca del todo, así que tuve que recurrir a un
transporte escolar; en esos momentos, el transporte era mi telescopio a los
lugares no explorados, pues desde la ventana podía ver los recorridos cercanos
a casa, las calles aledañas, los vecinos y la gente de otras calles que también
estaban a la sombra de todo el caos urbano. volviendo a la escuela, uno aprende
que las colonias son microcosmos cada una con historias distintas y manías y
maneras que para ese entonces me parecían de lo más extraño.
Las parejas que llegaron, al poco
tiempo comenzaron a traer más personas,
e iban surgiendo las generaciones, pero al final de todo no existía una brecha
generacional tan marcada. entonces un día por decisión y unión de todos, se
llegó a la conclusión de que necesitábamos un parque, pues era peligroso que
los niños jugaran en la calle. los vecinos comenzaron a levantar firmas y luego
de toda la política y quejas tuvimos nuestro parque, que de parque no tenía
nada. había escasos columpios, un resbaladero, un sube-y-baja y un pasamanos;
arboles escuetos como varillas y mucha tierra, todo este fantástico mundo justo
detrás de nuestra calle, en lo que solía ser un terreno baldío, accesible a
través de otro lote baldío que la hacía de callejón al final de la cuadra.
Aun y con toda la tierra que
implica, encuentros con arañas y bichos; las tardes en lo que era nuestro
parque daban una nueva experiencia, pues lejos de utilizar los juegos, se
volvió popular una especie de arroyo seco que se encontraba cerca; así como
así, de pronto tuvimos nuestro propio espacio para deportes extremos, que
turnábamos para lanzarnos en bicicleta entre los niños de otras calles y
algunos mayores que llegaban con motonetas.
En la colonia, todo parecía
seguir igual, bueno, esa era mi percepción en esos años. uno no notaba los
engaños, reclamos, las historias densas que aguardaban entre cada puerta. la
primera situación con la que lidiamos, fue el saber que la termoeléctrica albergaba contenedores con residuos
radioactivos; pero oigan, son los 90´s el cáncer era una enfermedad lejana que
solo sucedía en las películas y que solo le pasaba a la gente que fumaba. eso
creía.